jueves, 31 de mayo de 2018

EL TRABAJO EN LA ERA INDUSTRIAL




En los últimos 300 años, el proceso productivo de bienes y servicios se ha visto transformado cuantitativa y cualitativamente en una dimensión muy superior a lo que había sido anteriormente. Los grandes inventos y descubrimientos que se comenzaron a realizar en el siglo XVII, motivaron una drástica transformación en la organización política, social y económica de la sociedad. La estructura feudal, heredada del Imperio Romano, se verificó, progresivamente, incapaz para albergar los nuevos fenómenos que producía la aparición del motor precursor y causa de un nuevo ritmo de producción.
Nace así una nueva forma de convivencia humana, fundamentada en una nueva concepción del hombre y su situación en el universo. Nace lo que, hasta hoy, conocemos como sistema liberal capitalista.
Una nueva relación – la del hombre con la máquina- vino a determinar nuevas vivencias, hábitos y situaciones individuales y sociales. Lo que podríamos denominar el elemento objetivo, referido a la maternidad del instrumento y del producto, pasó a ser determinante en el proceso de producción a expensas del “elemento subjetivo”, el propio trabajador, sus sensaciones y sentimientos. Una especie de supremacía que influiría  en muchos otros ordenes de la vida del hombre y el universo que lo rodea.
De alguna  manera, el trabajo realizado en esas condiciones pasó a constituirse en el elemento integrador el individuo a la sociedad. Llegó a ser, incluso, el forjador de la propia identidad personal en el conjunto social. La mayoría de los individuos se sentían integrados al conjunto y reconocidos por los demás por categorías estrictamente laborales. No parece casual el habito cultural que nos inclina a colocar nuestro oficio o profesión junto al nombre y apellido que nos identifica como  miembros de la sociedad a la que pertenecemos. Lo mismo sucede en cuanto a lo económico y la seguridad personal y familiar, presente y futura.
El trabajo, en definitiva, constituía el eje de la organización social. No se trataba, por supuesto, de una situación ideal. Las distorsiones, traducidas en injusticia, desigualdades, atentados graves a la naturaleza en la utilización de los recursos, manipulación de las personas y otros muchos  horrores formaron parte de la experiencia de la era industrial.  
Teresa Eggers- Brass, Editorial Maipue