En los últimos 300 años, el
proceso productivo de bienes y servicios se ha visto transformado cuantitativa
y cualitativamente en una dimensión muy superior a lo que había sido
anteriormente. Los grandes inventos y descubrimientos que se comenzaron a
realizar en el siglo XVII, motivaron una drástica transformación en la organización
política, social y económica de la sociedad. La estructura feudal, heredada del
Imperio Romano, se verificó, progresivamente, incapaz para albergar los nuevos fenómenos
que producía la aparición del motor precursor y causa de un nuevo ritmo de
producción.
Nace así una nueva forma de
convivencia humana, fundamentada en una nueva concepción del hombre y su situación
en el universo. Nace lo que, hasta hoy, conocemos como sistema liberal capitalista.
Una nueva relación – la del
hombre con la máquina- vino a determinar nuevas vivencias, hábitos y
situaciones individuales y sociales. Lo que podríamos denominar el elemento
objetivo, referido a la maternidad del instrumento y del producto, pasó a ser
determinante en el proceso de producción a expensas del “elemento subjetivo”,
el propio trabajador, sus sensaciones y sentimientos. Una especie de supremacía
que influiría en muchos otros ordenes de
la vida del hombre y el universo que lo rodea.
De alguna manera, el trabajo realizado en esas
condiciones pasó a constituirse en el elemento integrador el individuo a la
sociedad. Llegó a ser, incluso, el forjador de la propia identidad personal en
el conjunto social. La mayoría de los individuos se sentían integrados al
conjunto y reconocidos por los demás por categorías estrictamente laborales. No
parece casual el habito cultural que nos inclina a colocar nuestro oficio o profesión
junto al nombre y apellido que nos identifica como miembros de la sociedad a la que
pertenecemos. Lo mismo sucede en cuanto a lo económico y la seguridad personal
y familiar, presente y futura.
El trabajo, en definitiva, constituía
el eje de la organización social. No se trataba, por supuesto, de una situación
ideal. Las distorsiones, traducidas en injusticia, desigualdades, atentados
graves a la naturaleza en la utilización de los recursos, manipulación de las
personas y otros muchos horrores
formaron parte de la experiencia de la era industrial.
Teresa Eggers- Brass, Editorial Maipue
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